viernes, 8 de septiembre de 2006

Alatriste y las anguilas

Antes de comentar nada acerca de esta película, me gustaría dedicarle unas afectuosas líneas a la (sin duda) bellísima persona que creó el virus que ahora mismo me hace grata compañía en este mi ordenador...
Mecagüen tu madre, tu p--- madre y todos tus muertos en vinagreta; eres un desgraciado hijo de la rata más cochambrosa de la alcantarilla más apestosa del j----- infierno. Cómprate un amigo. Ya.
Y ahora, pasemos al tema que me ha llevado a crear esta entrada: Alatriste. Si no la habéis visto aún, no sigáis leyendo, pues puede que os chafe el argumento. Avisados quedáis...
Lo primero reseñable es el pañuelo multiusos de Alatriste. Sí hombre, lo mismo se lo pone en la cabeza debajo del sombrero que lo usa para que el duque de Guadalmedina lo muerda y no tiemble de frío, pasando por sus múltiples utilidades como torniquete, gasa y toalla, sin olvidar el de servilleta. Y yo me pregunto: ¿cómo es posible que si lo usa para todas esas cosas el pañuelo esté siempre sin rastro de sangre o mugre? Y si se lo ha prestado a todo hijo de vecino... ¿cómo es que no lo pierde?
-Joder Diego, estoy muy mal, esta herida me ha llegado hasta el hueso...
-Mucha herida es esa, don Francisco... Tenga mi pañuelo. Apriéteselo fuerte.
-Ah, gracias Diego, pero creo que es inútil... Me muero, capitán...
-¡Pues trae acá mi pañuelo!
Vamos, que yo creo que el buff lo inventó Alatriste un día que se aburría. Aunque eso es difícil, porque el capitán tiene una afición de lo más saludable: matar. Y no se crean que no se aburre, no. Cuando Alatriste se carga a alguien, elige una de estas opciones para neutralizar al oponente:
a) Con un solo tiro. Rápido, limpio y preciso.
b) Con una estocada profunda. Rápido, limpio y preciso.
c) Degollándole con un cutre-puñal, de forma que el enemigo se ahoga en su propia sangre, que surge como un géiser de la herida y en sus vómitos, mientras profiere unos desagradables gorgoteos. Ñam.
Como es de suponer, elige siempre la C. Pero no creáis que al capitán le gusta sólo matar. No no, también visita la playa. Una playa en la que se pueden ver perfectamente las marcas de un rastrillo. Pues sí que existían Los vigilantes de la playa en el siglo de Oro, sí...
Pero ésto no es lo único surrealista que he visto últimamente en una película. Mismamente, en Memorias de una geisha puede extraerse este pedazo de pura sabiduría oriental:
- ¿Te he hablado del cuento de la anguila y la cueva, Sayuri?
-No...
-A veces, la anguila del hombre desea visitar la cueva de la mujer...
Sin comentarios. Eso... lo ponen ustedes.

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